En las Montañas Blancas del este de California se encuentra un antiguo bosque de pinos longevos donde aún crece uno de los seres vivos más antiguos de la tierra: un pino longevo de la Gran Cuenca (Pinus longaeva) conocido como Matusalén.
El árbol recibe su nombre de la figura más anciana del Antiguo Testamento, Matusalén, quien según la Biblia vivió 969 años y fue el abuelo de Noé. Aunque existe debate, la visión tradicional sostiene que Moisés escribió el Génesis hacia el 1400 a. C., tras el Éxodo de Egipto. Para entonces, el árbol de Matusalén ya había vivido casi un milenio y medio. De forma curiosa, el ser que lleva el nombre del patriarca es más antiguo que el propio texto escrito en el que aparece.
En 1957 los científicos tomaron muestras y dataron el árbol, estimando su germinación hacia el 2830 a. C., hace casi 5.000 años, en una época en que se construían las pirámides de Egipto y los sumerios grababan las primeras tablillas cuneiformes.
Los pinos longevos son conocidos por su extraordinaria duración, con muchos ejemplares que superan los 4.000 años. Su resistencia no se debe a condiciones favorables, sino a la dureza del desierto alpino de gran altitud: suelos pedregosos y pobres, sol intenso, vientos fuertes y frío extremo. El crecimiento es dolorosamente lento, pero al mismo tiempo la enfermedad y la competencia son mínimas. En lugar de morir de una vez, los pinos longevos suelen vivir en un estado de supervivencia parcial. Una parte del tronco puede estar blanqueada y muerta, mientras que otra estrecha franja de corteza sigue transportando savia, lo que permite que el árbol persista durante milenios. Sus formas retorcidas y escultóricas encarnan la mera supervivencia, modelada por la adversidad.
Las Montañas Blancas son geológicamente estables. La erosión es lenta, la vegetación escasa y no hay grandes perturbaciones como inundaciones o incendios a esa altitud. Como resultado, Matusalén probablemente ha permanecido en un paisaje sorprendentemente similar durante miles de años: crestas azotadas por el viento, aire enrarecido, noches frías. Durante la mayor parte de ese tiempo ha vivido sin testigos, fuera de la narrativa humana.
El Servicio Forestal de los Estados Unidos mantuvo durante mucho tiempo en secreto su localización exacta para protegerlo del vandalismo. En los últimos años, sin embargo, fotografías en medios populares como National Geographic han revelado suficientes detalles como para que el árbol específico haya sido identificado por el público.
Quizás nuestra fascinación por Matusalén revele menos sobre los árboles antiguos que sobre nuestra propia relación con el tiempo. Proyectamos nuestras esperanzas y temores sobre el tiempo y la muerte en su resistencia. Su vida quizá sea menos una historia de florecimiento que una lenta continuación, más cercana a la duración que a la vitalidad.
En su poema Por el aniversario de mi muerte, W. S. Merwin da voz a algo profundamente humano: no solo el conocimiento de un final, sino la forma en que ese conocimiento configura nuestro asombro por estar vivos.
Cada año sin saberlo he pasado el día
en que las últimas llamas me saludarán
y el silencio emprenderá el viaje
viajero incansable
como el rayo de una estrella apagada
Entonces ya no me encontraré
en la vida como en un extraño vestido
sorprendido de la tierra
y del amor de una mujer
y de la desvergüenza de los hombres
como hoy escribiendo tras tres días de lluvia
oyendo al chochín cantar y el cese de la lluvia
e inclinándome sin saber ante qué