Reconozco que siempre he sido un mentiroso. Mentir siempre me ha resultado natural, porque siempre he sido perfectamente capaz de convencerme de que una mentira es verdad. Al menos hasta cierto punto necesario. Creo que empezó porque literalmente nunca hacía los deberes en el colegio y tenía que arreglármelas mintiendo y engañando de alguna manera. Historias inventadas, improvisaciones de última hora, firmas falsificadas. Todo eso se convirtió en una práctica habitual durante mis años escolares. En algún momento me acostumbré tanto a mentir que me descubrí haciéndolo incluso cuando no era necesario.
Hänsel y Gretel es mi cuento de hadas favorito, y es una historia llena de engaños. La escena que aparece arriba es el comienzo de todo. Los padres están acostados y hablan de abandonar a sus hijos en el bosque, fingiendo que volverán más tarde a buscarlos. Mantienen la ilusión de seguridad doméstica y previsibilidad.
«Mañana temprano, los llevaremos al bosque donde es más espeso. Allí encenderemos una hoguera para ellos y les daremos a cada uno un trozo de pan. Luego iremos a nuestro trabajo y los dejaremos solos.»
Cuando se lee el cuento a los niños, no es la bruja ni la mención del canibalismo lo que más los asusta. Esta es la parte realmente más oscura para ellos: la idea de que sus propios padres puedan ser capaces de abandonarlos. Los niños, por su parte, escuchan en secreto, hacen sus propios planes y actúan como si no supieran nada. Sus mentiras son una cuestión de supervivencia. Son la parte más débil, y usan el engaño para mantenerse en pie en un mundo injusto.
A partir de aquí, el engaño se convierte en el motor narrativo de la historia. Lo que empieza como planes susurrados y escuchas clandestinas se despliega en una secuencia de trampas, tretas y giros. Todos engañan a todos. Hänsel deja caer piedras blancas por el camino, y más tarde migas de pan, intentando encontrar el camino de vuelta. La bruja los atrae con su casa de pan y pasteles. Hänsel la engaña con un hueso para que crea que no está engordando.
Cada treta aumenta la tensión. Lo que empieza como una táctica para ganar tiempo se convierte en un enfrentamiento directo. La bruja intenta persuadir a Gretel para que entre en el horno. En su lugar, es Gretel quien la engaña y la empuja dentro.
Esta cadena de engaños es lo que permite a los niños sobrevivir. Cada mentira los acerca un poco más a la autonomía. En un mundo donde no se puede confiar en el cuidado, el ingenio se convierte en una forma de valentía. Mentir es la única herramienta disponible para orientarse en una realidad que ya está configurada por la deshonestidad.